En un mundo donde la perfección parece ser el estándar, no es sorprendente que los desafíos relacionados con la alimentación estén en aumento, o al menos, se estén visibilizando más. Cada día, en mi práctica, me encuentro con más personas luchando contra estos problemas, buscando un rayo de esperanza y comprensión.

La presión por encajar en un ideal de belleza, combinada con dietas extremadamente restrictivas, ha pavimentado el camino hacia una obsesión insalubre con la comida. Esta obsesión no solo distorsiona nuestra relación con los alimentos, sino que también refleja una lucha más profunda, una lucha con nuestra propia imagen y autoestima.

Pero hay otra cara de la moneda, igualmente compleja y desafiante: el uso de la comida como una herramienta para manejar nuestras emociones. Sí, el acto de comer por ansiedad o el llamado «comer emocional» es un testimonio de cómo, en momentos de estrés o tristeza, la comida se convierte en nuestro consuelo, nuestro escape.